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  • Foto del escritorlaventanademariel

Las Tetas de Julia


LibreLate era una pequeña librería-chocolatería situada en la Plaza de la Libertad. El olor penetrante a chocolate caliente perfumaba la atmósfera del local y atentaba contra cualquier paladar, por muy salao que este fuera. Los dulces que preparaba Julia resucitaban a un muerto. Todas las mujeres salían de allí con las mejillas arreboladas y a tope de energía para afrontar, en muchas ocasiones, los sinsabores de la rutina diaria.


Una fría mañana de enero, Julia tuvo la maravillosa idea de hacerle prometer a sus clientas que el día que pasara a mejor vida brindarían por ella, subidas a las mesas de LibreLate y alzando sus tazones de chocolate.


- ¿Te importa si le echamos unas gotitas de coñac para darle un poco de alegría al asunto? -replicó con sorna Elisabeth que, a pesar de ser la clienta más joven, era fan incondicional del chocolate de Julia.


- ¡Tampoco os maméis a mi costa, cabronas! -exclamó haciéndose la ofendida.

- ¡Pero si has empezado tú! -replicó el resto de LibreLate entre risas.

A continuación, Elisabeth escribió el supuesto trato en una servilleta.

- Escribe, escribe… que no me fío de vosotras, cabecitas locas…


Julia le arrebató a Elisabeth la servilleta de las manos, se la guardó en el bolsillo de su delantal, sonrió de medio lado y, bandeja en mano, continúo dando de desayunar a sus fieras.


LibreLate poseía una luz natural, encantadora, que iluminaba el interior gracias a un amplio ventanal que hacía las veces de escaparate. Era muy divertido observar cómo algunas adictas al chocolate reprimidas pegaban la nariz al cristal. Desde dentro, Julia, muy amablemente, las invitaba a pasar con la mano ¡En qué buena hora!


Las palmeras de chocolate eran la especialidad de la casa. Julia las preparaba, sobre todo, de chocolate negro. Aunque las clientas más golosas también se las pedían de chocolate blanco. Había palmeras `bi´ -mitad blancas mitad negras- y palmeras tamaño `XXXL´ que solía hacer, a modo de tarta, para celebraciones familiares. Pero sin lugar a duda las que triunfaban de verdad, de verdad, de verdad, eran unas palmeras diminutas que tenían el tamaño de una mandarina y costaban sólo cincuenta céntimos. Se hacían llamar `engañabobas´ -era un hecho que te sentías menos culpable por ser tan pequeñas, pero a partir de la quinta palmera sabías que irremediablemente irían directitas a la riñonada-.


Llamaban mucho la atención, al entrar en LibreLate, las mesitas circulares, muy al estilo de los bistrós parisinos. Una de las paredes laterales estaba forrada de libros sin orden ni concierto.


- A ver cuando tengo un rato y ordeno todo este caos -Julia mantenía viva la esperanza de ver, algún día, su biblioteca ordenada por apellidos.

- Pues sería mucho más divertido organizarla por colores -añadía Elisabeth, que disfrutaba llevándole la contraria.


Julia y su marido habían sido propietarios de una librería que tuvo que echar el cierre cuando las grandes superficies engulleron al comercio de barrio. El marido de Julia, arrastrado por los impagos y una pitopausia temprana, decidió cambiar las obras literarias por los batidos de proteínas que le ofrecía su monitora de crossfit. Abandonó a su mujer, y la pobre Julia se quedó endeudada hasta las cejas.


Durante mucho tiempo Julia tuvo que limpiar casas para pagar las facturas de los proveedores. Tras varios años de depresión, sin ayuda psicológica, emprendió en solitario, arriesgándolo absolutamente todo, un nuevo proyecto de vida, sin la certeza de

saber cómo le iría. Así nació LibreLate, fusionando sus dos grandes pasiones: los libros y el chocolate.


Julia estaba de vuelta de todo. Su pelo rubio ceniza, salteado con mechones plateados, lo llevaba recogido en una larga trenza que le llegaba hasta la cintura, enmarcando la forma rectangular de su rostro y acentuando unas profundas arrugas de expresión en los ojos que narraban, línea a línea, sus últimos años de vida. Su boca carnosa era lo que le hacía aún más atractiva. Siempre vestía ropa holgada: faldas o vestidos hasta los tobillos y botas camperas. Le encantaban los estampados de flores y los colores tierra, que resaltaban el violeta de sus ojos. Sus pechos vivían en libertad. Dejó de llevar sujetador a raíz de su separación. Proclamaba a los cuatro vientos que el sujetador era un claro indicador de opresión y manipulación por parte del patriarcado -muy a pesar de que el invento fuera fruto del pensamiento de una mujer-. Tal era su implicación con el NO AL SOSTÉN que incluso le había dedicado unas letras, por aquello de que siempre tuvo alma de poetisa. El texto lo había dejado plasmado de su puño y letra en otra de las paredes. Decía así:


Nuestras espaldas no sirven solo para sostener nuestras tetas.

También soportan mochilas.

Mochilas de tamaños, formas y colores diferentes.

Al igual que nuestras tetas.

Espaldas que, con dos tetas, una o ninguna, aguantan el peso de cien mochilas, y nadie reconoce su valor.

Abrazamos lo que contienen nuestras mochilas.

Aceptamos lo que soportan nuestras espaldas.

Amamos las cicatrices que se marcan alrededor de nuestros pezones.

No pasa nada, princesa. Sal ahí fuera. Aguanta, traga, portea. Contén tus miedos, tu rabia, el deseo…

¡Quédate seca!

Reconoce que en el fondo te gusta.

No te lo dicen, pero lo piensan.

¡Y una mierda para ti, hermano!

¡Queremos espaldas libres!

Sin mochilas.

¡Queremos tetas!

¡Tetas libres!

¡No sujetas!


La pasión de Julia por la literatura hizo que se creara un ambiente relajado y desenfadado, donde el arte, en cualquiera de sus vertientes, era un tema de conversación recurrente entre las clientas de LibreLate.


- ¡Ay, que joderse! Os prohíbo terminantemente hablar de hijos, maridos o dietas milagro. ¡Dejad colgado el papel de víctimas en la entrada, y procurad subiros la autoestima con mi chocolate!

- ¡A sus órdenes, mi capitana!


LibreLate se convirtió en ese lugar sagrado donde todas aquellas mujeres se reunían para descargar el exceso de peso emocional. ¡Claro que al principio entraban por los dulces de Julia! Pero con el tiempo fueron tomando conciencia de que, dentro de cada una, independientemente de la edad o el estatus social, había una pulsión: un instinto que deseaba aniquilar el rol que la sociedad había establecido por el simple hecho de haber

nacido con vagina. Anhelaban deshacerse de la etiqueta de `Supermujeres´ que el sistema capitalista les había grabado a fuego en la piel. Y para ello habían llegado a la determinación de que no debían conformarse con un `y si…´. Como muy bien le habló a su hija Anthony Hopkins en la película `¿Conoces a Joe Black?´: `Tienes que intentarlo hija, porque si no lo intentas no habrás vivido. No te cierres, nunca se sabe… quizá caiga una estrella´ -que esta película fuera dirigida por un hombre, escrita por otros cinco, y protagonizada por un `señoro´ trajeado no deja de sorprenderme, la verdad. No suelen ser estos argumentos propios de la testosterona-.


LibreLate estaba viva. Pasaban cosas. A menudo se hacían lecturas improvisadas de poemas o textos escritos por ellas mismas. Para Julia era gratificante ver cómo todas sus chicas aprendían día a día, sorbo a sorbo, engañaboba tras engañaboba, a expresarse sin dobleces, sin presiones. Valoraban y defendían LibreLate a muerte. De hecho, se creó una comunidad de mujeres en la que todas iban a una. Se autodenominaban `Los Corazones Púrpura´.


Desgraciadamente no todo resultó un camino de rosas. Un gran número de vecinos, todos ellos amargados y embusteros, habían mostrado su recelo cuando Julia resurgió cual Ave Fénix. Comentaban que la ex librera había conseguido arrancar su nuevo negocio gracias a las visitas a domicilio, con `final feliz´, a algunos viudos y divorciados del pueblo. Simple y llanamente iba, de casa en casa, limpiándoles la mierda. Incluso llegó a extenderse el rumor de que un verano había ejercido la prostitución en un burdel de París. ¡La ignorancia! ¡Qué atrevida es!


Bien es cierto que Julia tenía idealizado Paris, pero nada más lejos de la realidad. Nunca había contemplado de cerca los oxidados hierros de la Torre Eiffel. O se había dejado deslumbrar por las luces de neón rojas del Moulin Rouge. Tampoco había tenido el placer de contemplar un bucólico atardecer paseando de la mano de un amor improvisado a

orillas del río Sena. Lo único que le unía a Paris era Collette, una pastelera de Montmartre que le suministraba el colorante color violeta que utilizaba para elaborar unas palmeras especiales con motivo del Día de la Mujer. Sobre la caja registradora había un muralito de corcho donde Julia clavaba, como recordatorio de un sueño por cumplir, las postales que su colega le enviaba desde la capital francesa.


En numerosas ocasiones el escaparate de LibreLate amanecía con pintadas. ¡Fuera de aquí, brujas! ¡Fulanas! ¡Necesitamos mujeres hechas y derechas! -les faltó decir-. Comentarios ofensivos que, cubo y esponja en mano, eran borrados por Los Corazones Púrpura. Muy de cobardes es lapidar a una mujer que, habiendo dedicado media vida a su negocio y a su pareja, un día se levanta y, ahogada en su propia existencia, se ve sola, sin un duro, con los ojos chiquititos de tanto llorar, limpia que te limpia la mierda de otros para subsistir, desprotegida por las instituciones y, para colmo, señalada por sus propios paisanos.


Todavía le duelen los golpes y las vejaciones que recibía por parte de su marido de puertas para dentro. En la librería, sin embargo, todo el mundo se deshacía en halagos hacia él. Ella tenía que aguantar estoicamente lo afortunada que era por tener a su lado a un hombre tan trabajador, tan atento y, encima, taaan guapo.


Todos los años Julia necesitaba alejarse del frenético ruido del asfalto y conectar con su alma espartana y con la mar; su otra gran pasión. Colgaba el cartel de cerrado el mes de agosto y se desplazaba hasta su pueblo; una aldea de pescadores `Al Sur del Sur´ donde conservaba la antigua casa de sus difuntos padres.


No puedo evitar sonreír cuando imagino sus mejillas bañadas por el dorado atardecer atlántico. O aquellos cabellos canos enmarañados por la impetuosa y cálida levantera. Y

qué decir de sus tetas desnudas campando a sus anchas entre fina arena, agua salada y caracolas…


Mi nombre es Elisabeth Ayala Margaretto. Tengo el honor de ser la nueva propietaria de LibreLate. Prácticamente le he dado la vuelta al jamón; tengo 45 años. Pero gracias a Julia creo firmemente en las segundas oportunidades. Su muerte me pilló desprevenida, he de reconocer. Murió de madrugada un 8 de marzo -como no podía ser de otra forma-, mientras dormía plácidamente en la cama. Según la médico forense el corazón se detuvo, de repente, porque era demasiado grande. Tenía 60 años y una enfermedad congénita de la que ninguna de nosotras tenía constancia -ni siquiera yo, que estuve a su lado la mitad de mi vida-. Me quedé huérfana de madre con su partida. Las paredes de LibreLate enmudecieron también.


Gracias a su coraje aprendimos que ser MUJER -con mayúsculas, subrayado y en negrita-, conlleva una gran responsabilidad. Pero no queremos un gran poder que mancille nuestros principios. Julia nos enseñó a expresar libremente nuestras emociones. No estamos locas si afirmamos que nuestros sentimientos no son propiedad privada de nadie. De nadie. Repito. De hecho, podemos vivir una vida plena sin ser madres y sentir atracción por quien nos dé la gana -una mujer, un hombre, ambos…-. `Lo verdaderamente importante no está entre las piernas, sino un poquito más arriba´, nos decía poniendo la mano sobre su pecho izquierdo. `Trataos siempre con respeto y amabilidad, porque es la herramienta principal para manteneros vivas. Y cuidad vuestro cuerpo y vuestra mente, porque es el mejor acto de AMOR -con mayúsculas- que podéis haceros a vosotras mismas. ¿Quién tiene derecho a llamaros egoístas si os convertís en vuestra mayor prioridad? Cometeremos errores, sí. Pediremos perdón, sí. ¿Nadie os ha dicho que sois imperfectas y maravillosas a la vez?´ Julia nos lo repetía siempre.


Angelita, Elena, Mari Carmen, Ele, Noelia, Esmeralda, Leire, Amparo, Belén, Beatriz, Virginia, Sarah, Conchita, Marisa, Cristina, Amelia, Primitiva, Fabiola, Arancha, Natalia, Eva, Ana, Rebeca, Almudena, Connie, Nieves, Elsa, Mónica, Marta, Aurelia, Susana, Bella, Tamara, Daniela, Ariel…


Y así más de un millar de mujeres que recogimos su testigo y nos dimos cita en LibreLate tras su multitudinario y emotivo funeral:


- ¡Tal y como te prometimos -dije con un nudo en la garganta-, hoy nuestros tazones de chocolate brindan por todo lo alto!


Visiblemente conmovida, saqué de su viejo delantal una servilleta escrita de mi puño y letra, y me subí de un salto al mostrador. Todas las allí presentes secundaron espontáneamente aquel gesto y se subieron a las mesas.

- ¡Todas nosotras seguiremos caminando y lucharemos por vivir dignamente como tú nos enseñaste!


¡Los Corazones Púrpura alzarán la voz por ti! ¡Que la tierra te sea leve!


- ¡Por Julia!

- ¡Por Julia!

- ¡Por sus tetas!

- ¡Por sus tetas!

- ¡¡¡Tetas libres!!!

- ¡¡¡Tetas libres!!!

- ¡¡¡No sujetas!!!

- ¡¡¡No sujetas!!

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