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  • Foto del escritorlaventanademariel

¡La niña ya es mujer!

Madrid, 8 de marzo de 2022.


Guardo grabado a fuego en la memoria el día que me bajó la regla por primera vez. Acababa de llegar del colegio, y me fui directa al baño porque me hacía pis. Al bajarme la braguita vi una mancha de sangre y corrí, asustada, a contárselo a mi abuelita, que estaba en la cocina preparando la comida.

- ¡Ay mi niña… que ya es toda una mujer! –me dijo con orgullo.

- ¿Acaso antes no lo era? -pregunté yo con el único fin de encontrar una explicación lógica a lo que estaba sucediendo.


- Ya puedes quedarte embarazada… -me soltó. Así, sin más.

Yo reaccioné con una sonora carcajada.


- No te lo tomes a cachondeo, niña. Ten mucho cuidado con los chicos…


Empecé a dudar si mi abuelita me estaba tomando el pelo, o aquello era una advertencia en toda regla (nunca mejor dicho).


- Recuerdo el día que le vino a tu madre… acababa de cumplir 15 años. Yo la tuve muy tarde… con 18… -continuó con su retahíla.


Para mi sorpresa, estaba especialmente parlanchina aquel día. A continuación, separó de un hachazo la cabeza y el cuerpo de un pollo. El golpe seco retumbó en toda la casa. La sangre, muy oportuna, comenzó a desparramarse por la encimera de mármol.


- ¡Pero si yo solo tengo 12 años! -le dije, muerta de miedo. Y vi cómo la cabeza del pobre pollo rodaba, mientras la mía iba a la par.


Yo solita me puse contra las cuerdas:


¿Cómo voy a volver al colegio así?

¿A mis amigas también les pasa?

¡¿Cómo que el mes viene volveré a sangrar?!

¿Eso es normal?

¿No será un castigo “del de arriba” por haberme portado mal?

¿Tengo que estar contenta?

¿Se decepcionarán conmigo si no lo estoy?

¿Por qué nadie me advirtió que esto tarde o temprano me iba a pasar? …


Arancha no me había contado nada. ¡Menuda mejor amiga! Yo lo único que deseaba es que la sangre desapareciera.

Acto seguido, mi padre entró en la cocina. A mi abuelita le faltó tiempo para contárselo: “¡La niña ya es una mujer!”. Yo no sabía dónde meterme. Mi padre me buscaba con sus enormes ojos verdes. Verdes como dos aceitunas.

Durante la comida, no pude levantar la vista del plato. Cada vez que lo hacía, toda la salita me daba vueltas. Todos callaban y comían como si nada. A lo mejor todo era fruto de mi imaginación. Tampoco sería tan importante si mi madre había llegado de trabajar y no había sacado el tema.

En casa se dio por hecho que convertirse en mujer era algo especial, para bien o para mal. Sin embargo, yo no me sentía superior a mi padre o mi hermano por sangrar.

¿Qué significaba ser mujer para las mujeres de mi familia? ¿Hay alguna forma de anclarse al presente cuando siendo tan pequeñas sentimos que el mundo entero se nos echa encima?

El recuerdo de aquel día sigue estando vivo en mí. Esa manchita de sangre lo cambió todo. Tuve la sensación de cargar con una responsabilidad que no me correspondía. De pronto, delante de mí, apareció un espejo que antes no estaba. O, por lo menos, yo no veía. Sentí rechazo al verme reflejada en él por primera vez. Y resulta curioso, porque al mes siguiente no me bajó la regla y pensé: “ya no soy una mujer”. El espejo desapareció como por arte de magia y creí por un instante que todo volvería a ser como antes. Pero no. Era otra niña distinta. Algo iba mal. Algo en mi cuerpo no funcionaba. Me pregunté: ¿Quién soy yo? Dudé. Y ahí empezó todo. Abrí la caja de Pandora a unos miedos que antes se habían mantenido ocultos: la soledad, el dolor, la incertidumbre… La muerte.


Nadie me cogió de la manita y me explicó que:


1. Sangrar todos los meses es una puta mierda.

2. Si en el futuro decides ser madre, puedes buscar la opción más adecuada para ti, sin necesidad de quedarte embarazada.

3. O, directamente, no tener hijos.


4. Debes expresar, con libertad, tus emociones sin miedo a que los demás te juzguen, incluso tu propia familia.


5. Puedes sentir atracción sexual por quien te dé la gana. Una mujer o un hombre… Lo verdaderamente importante no está entre las piernas, sino un poquito más arriba, debajo del pecho.


6. Trata tu cuerpo con amabilidad y respeto porque es la herramienta principal para mantenerte viva.

7. Debes abrazarte y darte amor como a nadie en el mundo. Eso sí, no te sientas culpable ni pienses que eres una egoísta por cuidarte.


8. En el futuro cometerás errores. Y te costará pedir perdón. ¡Pídelo! Porque todos somos imperfectos y geniales a la vez.


9. Sentir amor incondicional por tus hijos no te da derecho a que estén en deuda contigo de por vida. Son seres libres desde el momento en el que nacen.


10. Di TE AMO sin sentir pudor.


11. Si alguien llega a tu vida sin esperarlo y te hace vibrar, no pasa nada si aquello que crees tener bajo control se pone patas arriba. No eres más débil, ni mucho menos infiel, a quien ha elegido ir contigo de la mano. El amor no es una propiedad privada.


¿Es posible guardar, bajo llave, estas palabras no dichas, y llorarlas, en silencio, para protegerse de una realidad que en ese momento te grita “¡ya eres MUJER!”, sin que nadie te haya contado, previamente, cómo ovarios se llega hasta ahí? Yo lo hice aquel día.


Reconozco que parte de mí sigue siendo aquella niña inocente y asustada. No obstante, camino por la vida disfrazada de adulta con la sensación de hacer equilibrios al borde de un precipicio.


Me encantaría saltar al vacío gritando a los cuatro vientos lo que me sale de las entrañas, aún a riesgo de darme una buena hostia cuando llegue al suelo, pero tiendo a quedarme al borde del precipicio asomando la puntita del pie, observando el abismo con curiosidad, pero aparentando que en mi vida todo “está bien”. Que no tengo necesidad de tirarme. Que ya soy mayor para… blablablá, blablablá, blablablá…


Todas las mujeres tenemos derecho a una explicación en nuestra primera vez. Porque una niña con doce años, recién cumplidos, tiene miedo y se siente sola cuando ve sangre saliendo de su cuerpo. Pero… ¿Cómo reprocharle algo a mi abuela, a mi madre, o a mi tía, si ellas dijeron e hicieron lo que les enseñaron? Sin pretenderlo, me convirtieron en lo que soy: una buscadora empedernida.


Todavía me queda mucha memoria acumulada en las alas. Lo sé. Pero voy paso a paso. Y confío en que algún día estas alas tendrán que despegarse de mí, y me pedirán que alce el vuelo de una puñetera vez. Llegado el momento, no me dejaré arrastrar más por la melancolía de un pasado que se hará presente solo cuando yo decida darle voz.



A todas las mujeres que...

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